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domingo, 9 de enero de 2011

NO SE TRATABA DE AMOR - POR ÉL - QUIÉN TE AME



NO SE TRATABA DE AMOR


Y fue este mismo puño el que con sangre juró que no se trataba de amor.
No sé cuantas lluvias habrán pasado desde entonces, sólo puedo asegurarles que su corazón bebió cada una de ellas, como si fuesen lágrimas de paz para su alma. No sé cuantos momentos verdaderos le di, pero puedo decirles que él los convirtió en únicos. Tampoco recuerdo el dolor que dejaba su aroma luego de cada final, luego de cada partida… Es que era tan bonito verlo regresar, así… como un niño pidiendo perdón… así… como un caballero robando su reina.


Dejé de creer en él… la noche que dejó de mentirme palabras de amor. Entonces, siendo parte de sus sueños, comencé a creer en ellos.
Y tu pregunta viene como puñal incrédulo… ¿Cómo existe tal historia de amor estando tan separados y tan íntimamente ligados uno con el otro? Y mi respuesta es tan simple… Pasa cualquier tarde por aquella esquina… Y verás dos corazones heridos, bailando en un charco y sanándose con esperanzas. Y verás la simpleza de dos vidas separadas, riéndose de ellos mismos, en cada encuentro. Y se va sin lágrimas… y vuelve con sueños…


Por eso para cada mañana le dejé todos mis sentidos, para cada despertar, puse mi corazón a su lado, sólo para que le cuente sus sueños.
En cada tarde de domingo lo recordaría, riéndome en mi propia complicidad. Y para cada noche, cualquiera sea, quedaría velando como una estrella… sólo para darle mi luz a su lado más oscuro. Se llevó en su boca el sonido de mi risa. Supo embriagarse con el sabor de mis lágrimas y dibujó mis ojos con el color de su sangre… para que ya no me vaya de su memoria.

Y cualquier final en esta historia sería divino porque la historia empieza con cada final y termina siempre cada vez que despierta de su sueño. Mientras todo sigue afuera como siempre… él se vuelve más real y yo… yo había jurado que no se trataba de amor.





POR ÉL


Cuando descubrí el sonido de su voz, no imaginaba las sensaciones que venían detrás.

Cuando levanté mis ojos y lo vi, no supe que sería capaz de cambiar el rumbo de mi piel.

Tan fugaz como eterno fue el beso que mordía el olvido y un adiós,
que sin poder explicar nada fui levantando barreras y ocultando el pecado inocente de llevar su nombre apretado en mi boca.


Hasta que un día… caminando me di cuenta que volaba,
entonces dejé la tierra donde sembraba mis sueños y me fui a su cielo cosechando la risa.


Lo quise completo, con mi furia de mujer, la lealtad de una amiga, la preocupación de una madre y la confianza ciega de ser cómplice.


Quisiera contar todo aquello que me dio, pero hay ciertos amores que se llevan con un silencio egoísta, y solo aquel que lo vive y lo siente, tiene derecho a saber.


Solo me animo a decir que cambió de manera maravillosa y sorprendente mi vida entera y no hay de que arrepentirme, todo lo volvería a repetir.


Hoy que el tiempo pasó y mis palabras suenan mas calmas…
escucho su adiós tapando mis oídos… y rezo para que no sea verdad.
Aunque dejándolo, le demostraría que supe entender todo y cada cosa que me enseñó.


Pero entonces no sabría en qué manos dejar libre a mi cuerpo…No encontraría donde enterrar mis miedos, ni sabría de donde nacerán mis sueños. Cómo le cuento a su alma que por el soy capaz de privarme hasta del marrón de sus ojos, solo para que comience otra vez… Cómo le explico, que puedo tener palabras nuevas y hasta un nombre distinto, sólo para seguir estando.


Perdí todos los temores a su lado… sé que hoy puedo vivir sin él, porque lo llevo conmigo. Y mientras sigue sorprendiendo con su locura mi cordura… Acá estoy yo, haciéndome fuerte para escuchar algún día, el silencio de su risa, desde la distancia.




QUIEN TE AME


Quien te ame, clausurará todos los caminos y solamente dejará abierto el que conduce a cualquier capricho tuyo, entenderá que no existe tesoro que compre tu abrazo sencillo e inesperado cualquier domingo luminoso, la ternura inocente de tu cabeza silenciosa apoyada en mi hombro o el radiante escándalo de tu alegría desparramada por la ciudad.


Quien te ame, te convertirá, henchido de orgullo, en el único y recurrente tema de conversación, desafiando indiferencias, miradas réprobas y gestos de hastío. Siempre estarás ahí, presente, señalando caminos, rompiendo esquemas, trastocando verdades, convirtiendo la vida en divino abismo, marcando y demostrando el invalorable precio de un Te Quiero.


Quien te ame, descubrirá la vida en la planicie de tu pecho. Aprenderá otra vez lo que es vivir y no recordará nada que haya ocurrido antes del desbocado latir de tu pecho desnudo, del olor profundo del sudor del amor, la milagrosa multiplicación de las estrellas o de la mirada sin remedio de tu corazón que observa los vidrios rotos del sosiego.


Quien te ame, paseará orgulloso con el premio de tu sonrisa por cualquier calle de la alegría, tomará atajos que conduzcan a tu eternidad, y buscará ansiosa tu abrazo pues entenderá finalmente el misterioso significado de la oscuridad y el secreto.


Quien te ame, sentirá la inconmensurable angustia de tan solo un minuto de tu ausencia y el infinito placer de la posibilidad de tu cercanía.


Quien te ame, esperará cada uno de los minutos que llenan seis horas enteras, mientras pasea su soledad por la ciudad, al tiempo que deshoja los pétalos de un llanto escondido, cuenta transeúntes, gotas de lluvia, hojas caídas o cualquier vaguedad sin importancia. Allá, en un rincón secreto del corazón, se hace notable que una esperanza se desangra incontenible.


Quien te ame, recorrerá incansable mil kilómetros para ver apenas tu sonrisa por cinco preciosos e interminables minutos. Aún así, se sentirá satisfecha y depositará resignada el sudor y el cansancio del camino en cualquier bolsillo del olvido.


Qué… ¿Por qué sé todo esto?... “Sencillamente porque TE AMO.

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COMO SOY - RECUERDOS - EL DÍA QUE ME QUISISTE

Soy entre el cielo y el infierno.

Ni ángel ni demonio...

Un suspiro de luz

entre las alas de una mariposa...

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COMO SOY...

Soy la persona que escribe, perceptiva como sensible, tan real como palpable.

Soy el reflejo de tus ojos en la tarde; o la caricia que se escapa de tus manos.

Soy esquemática, ordenada, obsesiva, delirante…

Soy mucho más que mil palabras, y al mismo tiempo un susurro en la noche.

Soy capaz de adivinarte en mis sueños, y saber cuándo necesitas mi abrazo.
Soy clara, transparente, etérea, por eso me escondo en el laberinto.

Soy versátil, adaptable, moldeable, precisa…

Soy el arista de un proyecto en construcción.

Soy un cofre para tus secretos.

Soy la que espera, pero sin detener la marcha.

Soy la que llora en silencio, tus silencios.

Soy mis errores multiplicados por cien.

Soy imperfecta.

Soy el capricho de un Dios inquieto.

Soy la curiosidad del saber, la pregunta y la respuesta.

Soy el pentagrama de una sinfonía inconclusa.

Soy tu caricia rodando la curva de mi cintura.

Soy, ni ángel ni demonio, entre el cielo y el infierno, un suspiro de luz entre las alas de una mariposa…

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RECUERDOS

Los recuerdos por lo general llegan cuando no los espero. Llegan y se quedan, se instalan. Juegan a las escondidas en mi laberinto. Son la materia insustanciada de mi memoria... Algunos tienen ese olor a olvido, tan difícil de olvidar. Otros saben a fruta fresca, y tiene el color de la primavera. Ellos son la causa de mi mirada color sepia...

Los recuerdos son los flashes del pasado que vuelven tarareando esa vieja canción, y caminan a mi lado. Se cuelan en mi alma y me salen por las manos... Algunos los guardo en una caja, camuflados en el papel de un chocolate o en un par de líneas. Otros me miran desde las fotos en la pared. Están por todas partes: entre mis lápices, en mis libros, en los cajones de mi ropa. Yo creo que no, pero ellos están, esperando el momento de sorprenderme.

Son ese dolor en el medio del pecho...
El vacío en la boca del estómago...
El corazón latiendo a mil por hora...
La sonrisa en mis labios...
La marca de mi lágrima sobre la almohada...

Sus recuerdos son la mejor excusa para esperarlo... pero también para olvidarlo... ¿Por qué me costará tanto?...


EL DÍA QUE ME QUISISTE

Tus ojos fueron el puerto de mis deseos. Sembrando silencios en el eco de tu boca, me fui vistiendo de soledades llenas de tu risa y así anduve siempre buscando. Eternizaba tu nombre cada noche en lo más prohibido de mis ansias y te recostabas en el hueco que quedaba entre mis sueños y mi alma. Qué es lo que no hubiese dejado por tu amor, si hasta mi pasado entero y mi futuro incierto lo dejé a tu criterio… Hubiese dejado todo, menos a ti. El día que me quisiste, no hubo sol ni luna… Mis ojos no se perdieron en los tuyos, pues ellos al fin descansaron en mí. El día que me quisiste se desprometieron las promesas y no hubo que inventar esquinas donde los besos crecían. Tan eterno como efímero fue sentirte mío, que aún palpita en mi sangre tu ley y mis manos llevan la línea de tu vida ya perdida… Perdida para este corazón, que de tanto correr para alcanzarte, quedó latiendo en el asfalto de tu silencio. El día que me quieras, la primavera mentirá un verano, la noche se hará tarde muy temprano… Tanto que enfermaran de otoño los inviernos. Y mientras espero ese día, sigo buscándote… Hasta el día que vuelvas a quererme.

REFLEJATE - SUSPENSIÓN - INSENSIBLE



REFLEJÁTE

Un saludo, una mirada fugaz. Un guiño del ojo del alma propiciado por Eros. Su despiste no quiso dar cuenta de ello, por eso siguió bailando en su ensueño de perfección de aquel momento. Era feliz simplemente por estar allí, con la música, el lugar, la gente, todo parecía haberse reunido exclusivamente para su felicidad. La lluvia, la compañía, las miradas, los vestidos, la novedad; la belleza visual se depositaba en cada cosa que se moviese o no, pero que era perfecto sólo pertenecer a esa tierra. Su andar desesperado de emoción llevaba más de una semana, las manos ansiosas, la cámara siempre lista, sus movimientos latinos quieren salir a flote por sentirse extranjera en busca de diversión y de alguna manera un crecimiento personal. Cada movimiento parece premeditado, pero la naturalidad se le hace parte del cuerpo y la extrañeza del sitio nuevo penetra sus células, le eriza la piel y el escalofrío toma la forma de una mano que roza su cuello, su espalda y crea esa sensación de frío en sus senos.


Una sonrisa, un roce fugaz. Una declaración de amor efímera grita la boca de su alma. El alcohol hizo no dar cuenta de eso, por lo que siguió bailando aquella música que detestaba, pero que, por alguna razón inexplicable, se había convertido en algo hipnotizante que le hacía mover el cuerpo incansablemente. La lluvia, la compañía, los vestidos, todo se le hacía familiar y disfrutaba de la sensación de encaje, pensó “he encontrado la llave que abre el secreto de la tranquilidad de mi alma” mientras pisaba la tierra. Todo se le hace surrealista y se repite incansablemente que no lo puede creer, está feliz, casi con el alma transportada del cuerpo, viendo desde arriba el panorama de sus días perfectos. Las luces fueron captadas por sus ojos y encerradas en su pupila por la negrura cautivante, el brillo tenía vida dentro de las dos cavidades verdes y blancas y rojas y negras y aguadas, fueron testigo y guardianes de todo lo que vino después, que pasó al cerebro, al alma, hizo memoria en el cuerpo. Una palabra, una química menos fugaz. Una entrega en alma y cuerpo hace la imaginación. La picardía propiciada por el alcohol dio cuenta de ello, pero siguió bailando la música horrible y hablando con una confianza que sólo nace de relaciones de una vida anterior. La lluvia, el calor del cuerpo, el roce de manos, todo lo disfrutaba y lo vivía con naturalidad; no pensaba nada en aquel momento dominada por un halo de comodidad grandioso. El surrealismo es asentado en el alma y la felicidad, consciente de su estado pronto a extinguirse (aunque de manera forzada), es más vitalizadora y tangible que nunca. Por primera vez sus sentidos enloquecen, toman vida propia: El corazón late rápidamente, las manos tiemblan, el estómago alborota a sus huéspedes que responden con cosquilleos y los músculos faciales toman vida propia causando sonrisas tontas e inesperadas.


Un beso, un recuerdo inolvidable. Los labios, la lengua, las manos jugaron tiernamente entre la boca y el cuello. El alcohol, el viaje, la felicidad adictiva, el bienestar inexplicable hicieron caso omiso de la locura y la hicieron dejarse llevar. Bailaba al son de la música que odiaba, tocaba a quien le gustaba, hablaba de todo, besaba sin parar y con la sensación más divina que sintió en cualquier otro beso. Química, sensualidad, deseo. La lluvia, el abrazo que nace del invierno, el beso que nace del abrazo, la felicidad de pertenecer por un instante a la tierra que entre sueños tiene vida propia. Todo se hace memoria y se idealiza, la misma mano de escalofrío recorre el cuerpo, los sentidos vuelven a enloquecer ¡Allí viene la sonrisa inesperada!















SUSPENSIÓN


Escribir desde la turbulencia: Desahogo necesario.

Escribir desde la felicidad: Manera más hermosa de demostrar el afecto.

Escribir desde la tristeza: Empeño en vivir emocionalmente desde el pasado.

Escribir desde la paz relajante: Lo hago ahora en este mismo instante.


Una vaga sensación de satisfacción me deja como flotando en el aire, en una atmósfera extraña de suspensión que me permite tranquilidad y me mantiene añorante de la ignorancia del porvenir.


El tiempo de la soledad necesaria y de mirar atrás sin arrepentimientos, ni de actitudes, ni de respuestas, ni de búsquedas, sólo la satisfacción de que supiste vivir extremamente algo por primera vez en tu vida y aunque eso te llevó a la felicidad o tristezas exageradas, al menos sabes que supiste con honestidad vivir al límite por una vez.


Sin mayores reflexiones ni melancolías reprimidas es el turno de la dejadez… del dejar fluir y tan sólo esperar que todo llegue en su momento indicado y así el río de la vida va retomando su curso natural con un torrente que genera sonidos estimulantes para la siempre hermosa paz del silencio satisfactorio que no enmudece ni ensordece... sólo existe.



INSENSIBLE


Hay pequeños actos, casi insignificantes para mÍ, en los cuales me siento fuera de la realidad; y ésta, aun más dura y cruel, no me toca... Yo paso, sigo mi camino sin detenerme, ciega y sorda... como encapsulada en mi burbuja impermeable... Y aquello, que su supone debería infundirme pena o compasión... no me provoca nada, o en el peor de los casos, una rebelde bronca.


Algunos me llamaran indiferente... fría... insensible... Pero eso tampoco me mueve... ¿Será que estoy inmunizada de la realidad? ¿O qué tanto absurdo termino por agotarme? ¿Será que mi pragmatismo inundó ni corazón? ¿O qué para resistir, oculte mi sensibilidad tras la muralla?...


De todos los rótulos que recibí, éste es el que menos sentí… ¿Casualidad?.

LOS AMANTES - EL PATITO FEO


LOS AMANTES (Cuento)

En una habitación cualquiera, a media luz, lejos del ruido de la calle, dos cuerpos juegan el eterno juego de la seducción. Las manos, que buscan rincones ocultos, van a su paso dibujando la silueta, y adivinando el calor de su cuerpo. Poco a poco, caen las prendas, y dejan así, el pudor a flor de piel. No importa el frío de la noche, aquí se respira pasión por cada rincón. Los amantes se funden en un abrazo sublime. No es posible determinar dónde comienza el cuerpo de él, ni donde acaba el de ella. Son solo uno, en la máxima expresión de la pasión. Los besos emigran de los labios buscando nuevos horizontes, recorriendo su piel, su pecho, más al sur, bebiendo de su manantial; mientras que las caricias descubren rincones mágicos que irradian solo placer. El calor sube tanto que parece el trópico, y no una noche de junio en el hemisferio sur. No se oye nada en la habitación, solo el lujurioso roce de los cuerpos sudorosos, con la respiración entrecortada. La cama deja de ser el escenario físico, dando paso a una especie de danza ritual entre dos cuerpos que siguen siendo uno solo... Él arrincona el cuerpo de ella contra la pared, y dibuja caminos errantes en su espalda con su lengua. Las manos de ella juegan en su entrepierna, atrapando con ellas toda su masculinidad erguida. Vuelven a fundirse en un abrazo mas allá de la piel, y las sabanas, aun tibias, los recibe nuevamente y los cobija. No importa nada mas en ese momento, ni el frío de afuera, ni los autos que pasan en la calle, nada... solo la pasión de los cuerpos. Y por fin, luego de un sin fin de besos y caricias, llega el clímax tan buscado. El corazón de ella parece querer escapar de su pecho, pero el abrazo de él, la contiene. Poco a poco, la respiración se hace más pausada, y todo parece recobrar su ritmo. Los cuerpos siguen abrazados, y la pasión a dado lugar ahora, a la ternura. La temperatura comienza a descender lentamente, pero bajo las sabanas sigue siendo el trópico... Hablan un poco, de nada y de todo; de cosas banales; del silencio de la noche... Al cabo de un rato, ella se incorpora y comienza a vestirse.


- ¿Qué haces?

- Me voy... es tarde...


Él intenta tímidamente retenerla, estirándole la mano, tratando de alcanzar lo inalcanzable, pero sin éxito. La mira mientras ella se arregla, acostado en la cama. Insiste:


- Y si te quedas...

- No puedo, tengo cosas que hacer mañana temprano...


Sigue observándola desde la cama. Ella mira el reloj: 3:45 a.m. y pide un taxi por teléfono. A los cinco minutos suena el portero.


- Llego el taxi. Me voy... chao...


El se levanta de la cama y la acompaña a la puerta. Solo un suave beso en los labios como despedida.


Ya en el auto, luego de darle la dirección al chofer, ella se pregunta cuantas noches más como ésta, deberá robarle, cuantos besos más tendrá que compartir, hasta sentir que él, por fin, no la dejara ir. Entonces se pregunta si vale realmente la pena. Si tiene sentido insistir, y regalarle su amor a alguien que parece no valorarla, no merecerla... Ella hubiera deseado que él la retuviera entre sus brazos, que no la dejara ir, que descubrieran juntos el amanecer. Pero siente que solo es un juego en que la única que pierde es ella. Se siente frágil, vulnerable, sin defensas, ante un hombre que conoce sus puntos débiles. Es más fuerte la soledad que siente ahora, que toda la pasión de hace unas horas. Sabe que esto no es lo que quiere, que necesita algo más que un par de horas de pasión robadas. Ella espera descubrir un amor verdadero. Tiempo, solo el tiempo será capaz, de aclarar su pensamiento, y sobre todo su corazón...





PATITO FEO

Si, lo confieso: yo quería ser modelo... En plena era de la pizza con champagne, yo padecía mi adolescencia. Obnubilada por la frivolidad, soñaba con pasarelas, campañas publicitarias y portadas de revistas. Toda mi humanidad fotografiada en grandes posters o gigantografías por toda la ciudad. Con el tiempo llegarían incluso, las grandes marcas en las capitales de la moda: Milán, Paris, New York... “El sueño perfecto, para la muñequita perfecta”. Pero... yo no soy perfecta...

La madre naturaleza, me negó unos cuantos centímetros a la estatura de mi cuerpo, y en eso no hay bisturí que lo resuelva. Rodeada por compañeras bien altas, que si reunían todas las condiciones, formaban parte de las agencias locales, y participaban de los famosos scoutings nacionales, abandoné la idea. Es que eso de pasarme los días a manzana, compota y agua mineral para mantener el peso, no me convencía del todo. Con tanta lolita alrededor, de más está aclarar que nunca conquisté al galán del curso, pero si gane en 2 ocasiones las elecciones y fui Reina del Deporte y otra Reina de la Primavera; además, ya estando en secundaria se fijo en mi el maestro más joven, apuesto y deseado por todas las adolescentes, llegue a ser en esa época la más envidiada. Así más cerca del “Patito feo”, que de la “Barbie”, y convencida que la imagen no lo es todo, decidí mirar hacia adentro, descubrirme: escribir... pintar… soñar... Así fue que al terminar la secundaria, mi imagen de chica intelectual estaba muy bien consolidada.


Poco a poco, fui perdiendo contacto con mis compañeras modelos, es que preferí amistades más profundas. Solo las he visto ocasionalmente en algún encuentro de ex alumnos o algo similar. Chicas perfectas, de carreras perfectas, con matrimonios perfectos, e hijos prefectos, ¿Felices? No lo sé, aparentemente sí. Solo un detalle, ahora son ellas las que miran un dejo de envidia en los ojos. A mí, al patito feo, a la intelectual... ¿Será por el hecho que en ellas se nota claramente el paso de los años, y a mí la gente me da menos años que ellas?. No lo sé. No creo que ninguna se atreva a admitirlo...


sábado, 8 de enero de 2011

EL ARREBATO DE VIVIR

portada

El Arrebato de Vivir

“Y aquí es cuando tus ojos me dejan desarmada,

Rompiéndo en mil trocitos mi parte más exacta,

Pequeña teoría convertida en un montón de palabras,

Que vuelven solas a casa”



ENTRE SUSPIROS Y RETAZOS DE RECUERDOS - SE DESPIDE MI CUERPO



ENTRE SUSPIROS Y RETAZOS DE RECUERDOS

Entre suspiros y retazos de recuerdos, así me encuentras todas las noches bajo la sombra de aquella vieja lámpara que me ofrece un poco de luz. Me encuentras observando mis manos, suspirando para no llorar, cerrando los ojos para recuperar un poco de esa sensación perdida y dejar volar la imaginación un poco más allá. Escondida entre las sombras juego con situaciones completamente falsas, pero que me gustaría vivir, sólo contigo o como ahora sin ti. Pero así lo hago en esos momentos de imaginación, cuando entro en el mundo de fantasías, en esos momentos solo míos que nadie me puede quitar, ni los puede observar, es en esos momentos cuando eres mío más que nunca; es cuando tengo el derecho y deber de tocarte; cuando te puedo observar a los ojos y decirte todo sin decirte nada; cuando te puedo amar sin límite alguno; cuando todos esos suspiros, que causan el recuerdo, cobran vida y se transforman en besos… son los momentos perfectos para una sonrisa… así me encuentras, escondida entre sombras, siempre pensando, pensando, pensando… quizá ese es mi problema… te extraño por pensar …


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SE DESPIDE MI CUERPO

Escondido entre la sangre y la piel del cuerpo
escurridizo entre las células de los huesos
esculpido en forma de neuronas en el cerebro
desvaneciéndote en las últimas respiraciones
dedicadas a ti.
Vas cayendo en las plantas de mis pies
y saliendo por los poros en forma de sudor
colándote por última vez en mis ojos
te despido con esas lágrimas que ya cesaron
hace quince días.
Se despiden de ti los labios que agradecen
y guardan con recelo el recuerdo del primer beso,
dulce y mejor beso,
que quedará siempre grabado en la memoria de las células
que recubren estos labios.
Los últimos suspiros en eso quedaron
no tomaron forma de besos
no se tornaron en sentimientos
sólo en suspiros quedaron
cortando por un segundo la respiración corriente
ahora por primera vez sólo son suspiros
que ahora regulares se confunden con una corriente de aire
que despeina el cabello que recubre esta cabeza
que ya no te piensa con melancolía...
las manos que están al extremo de mis brazos
extrañaban acariciarte
ahora le hacen culto al tiempo que no logran atrapar
pero no pierden la esperanza en él
Ese tiempo que adoran mis manos
es el tiempo de Dios,
que es diferente al de la naturaleza a la cual pertenecen...
Este cuerpo humano se impacienta
desespera
recuerda
sueña
añora
sonríe
se siente vivo
y se desgasta al tiempo mortal
pero no deja de confiar en que liberarse de ti es la mejor opción
El tiempo de Dios no es igual al tiempo del hombre mi cuerpo lo acepta y te deja ir,
te despide con bombas y platones
con música y bailes.
Te despide de la misma manera
en la que alguna vez lo hiciste sentir:
REALMENTE VIVO

CENIZA EN EL ESPEJO - CUENTO SIN "U"



CENIZA EN EL ESPEJO

Laura termina el discurso lacónico que había preparado y se calla. Jorge ha escuchado en silencio.

Llueve. Las cortinas no están cerradas por completo y una estría de luz mísera tiñe de gris la intimidad del cuarto: los contornos del espejo, de la cómoda, de los buroes, de la silla, de la puerta del baño y de sus cuerpos, apenas referidos por las sombras. La ropa revuelta, ilegible sobre la moqueta y entre las sábanas.

Laura se echa boca abajo sobre la cama: su cabello un acertijo, los brazos hundidos en la almohada y los ojos cerrados, respira despacio. Suspira.

Jorge, todavía incrédulo, la sigue y trata de aparentar calma. Le roza la espalda con los labios y se evade cautivado por el gusto agridulce, por las ínfimas gotas de sudor y el aroma a vigilia en la piel. Sin embargo, al seguir el trazo de un lunar coralino con la yema del dedo, sobreviene la duda: ¿Y ahora qué? La caricia inconclusa, la mirada vacante. Una sensación lóbrega. Derrotado, Jorge apoya la cabeza en el colchón.

El humo de cigarro navega todavía cerca del techo pajizo. El tabaco no logra imponerse al aire rancio, a la humedad que enferma los muros, a las venas pestíferas que se desplazan entre los ladrillos debajo del yeso. El baño huele a orines, la cama a semen y sudor. Jorge y Laura regresan porque en este hotel se citaron la primera vez y se hizo costumbre. Ninguno pensó en otra cosa.

Jorge se levanta de la cama buscando a tientas algo sobre el buró. Otro cigarro. Después del chasquido, la brasa irradia como un pequeño sol intermitente en la penumbra e ilumina la imagen de su cara en el espejo que le devuelve un demonio. Fuma inmóvil al lado de la cómoda. Le gustaría encontrarse en otra parte. Quizá mirando a la gente mojada, desde un edificio muy alto o caminar por Cinco de Mayo sintiendo las fachadas de piedra fría, húmeda. En alguna otra parte, cualquier parte. Imagina y posterga la reflexión.

¿Y ahora qué? Es todo lo que se atreve a pensar.

Con los párpados entrecerrados intenta circunscribir el cuerpo de Laura confundido entre las sábanas.

-¿Qué tanto me ves?

-No sé. Nada. Me gustas.

La echa de menos. Aunque está aquí, ya ha empezado a extrañarla.

-A veces te extraño.

-No te creo... tú no eres así.

-Bueno... estos días te he extrañado. Es como si de repente me hicieras falta. Pero... no sé... no sé

-Estás loco. ¡Tonto! No me confundas... Este no es el momento y además... además... ¡Tú no eres así! ¡Nunca has sido así!

-Sí, tienes razón. Olvídalo. Lo siento.

Jorge aplasta el cigarro contra el espejo y una lluvia fulgurante se desprende de la colilla. El alud de un pequeño universo.

Vuelve a la cama. Ella lo abraza con ansia, olisquea su cuello como si tratara de conciliar, como si también lo extrañara. Él disfruta sintiendo el aliento cálido en la piel.

Se quedan callados en medio de un silencio de rumores vagos. Al fondo una mujer tararea acompañada del zumbido monótono de la aspiradora, bocinazos que delatan el enfado de una ciudad que no se despereza nunca y voces que hablan un idioma de subtítulos.

Comienzan a besarse de nuevo. La confusión y los odios se esconden. Las sábanas caen. Los minutos sin palabras.

Abrazos atrapando los cuerpos, manos que se deslizan como un torretente, ansia, pasión, mucho fuego al hacerse el amor.

Laura, encima y un arrullo que sustituye el canto con gemidos, contrae los dedos y los extiende mientras Jorge le ciñe la cintura. El placer exige celeridad, todo es desgarrarse, romperse, dejar sobre la cama y en el aire los arrestos...

Laura y Jorge se apartan sudorosos, satisfechos.

Fuman otra vez en silencio. Laura respira lentamente. A Jorge una burbuja incómoda le crece en el vientre. Los minutos sin palabras.

-¿A qué hora tienes que irte?

Ella acerca su muñeca izquierda al rostro y enseguida la aleja tratando de enfocar las manecillas fosforescentes. Se incorpora intempestiva haciendo chillar las vísceras del colchón.

-¡Ya es tardísimo! ¡Vístete! ¡Vámonos! -Se pone de pie, enciende el foco y comienza a revolver entre las sábanas para encontrar su ropa, luego entra al baño. Jorge, desde la cama, angustiado, escucha el repique de la orina cayendo en el retrete.

Laura vuelve y él la contempla un minuto más fijándose en los detalles, angustiado mientras va perdiendo su piel: cada prenda es una vuelta al vacío, el filo que desolla la intimidad. Finalmente está vestida y él debe levantarse.

Laura en el espejo aplicando maquillaje a sus párpados turgentes: la imagen cerúlea bajo el halo obsceno del foco.

Jorge abre las cortinas. La noche es inminente.

Al fin Laura se le acerca con el color fresco en los labios y la mirada indescifrable. Lo besa varias veces en silencio. Desconfiada se toca los lóbulos, el cuello, las muñecas y palpa su bolsa asegurándose de no estar olvidando algo. Él no puede evitar que sus ojos regresen a la cama.

Bajan las escaleras. Jorge pone la llave sobre el mostrador y salen del hotel.

Juntos pero sin tocarse caminan hacia la estación del Metro. Hay algo triste y sucio en sus siluetas. Ella evita los charcos, él no, distraído, buscando qué decir sin decir nada.

Las nubes, deshonestas, se desploman otra vez. La llovizna comienza a ensoparles el cabello y humedece su ropa. Laura se detiene bajo un portal.

-Aquí está bien. Ya ha de estar en el metro esperándome. No nos vaya a ver... -Una gota menuda pende de sus pestañas. Vuelve la mirada hacia la estación constantemente, nerviosa. -...Adiós.

-¿Adiós?... pero...

-Adiós Jorge.

Jorge se queda ahí un momento viéndola alejarse y esquivar los charcos. Un dolor, algo triste y sucio. Echa a andar hacia otro lado. De pronto, se vuelve apremiado y regresa sobre sus pasos buscándola pero ella se ha perdido en la maraña de paraguas.

La pregunta inútil languidece en sus labios: ¿Y cuándo es tu boda?.




CUENTO SIN “U”

Caminaba distraídamente por el camino y de pronto lo vio. Allí estaba el imponente espejo de mano, al costado del sendero, como esperándolo. Se acercó, lo alzó y se miró en él. Se vio bien. No se vio tan joven, pero los años habían sido bastante bondadosos con ella. Sin embargo, había algo desagradable en la imagen de sí misma. Cierta rigidez en los gestos la conectaba con los aspectos más agrios de la propia historia:

La bronca, el desprecio, la agresión, el abandono, la soledad.

Sintió la tentación de llevárselo, pero rápidamente desechó esa idea. Ya había bastantes cosas desagradables en el planeta para cargar con otra más. Decidió irse y olvidar para siempre ese camino y ese espejo insolente. Caminó durante horas tratando de vencer la tentación de volver atrás hacia el espejo. Ese misterioso objeto la atraía como los imanes atraen a los metales. Resistió y aceleró el paso. Tarareaba canciones infantiles para no pensar en esa imagen horrible de sí misma. Corriendo, llegó a la casa donde había vivido desde siempre, se metió vestida en la cama y se tapó la cabeza con las sábanas. Ya no veía el exterior, ni el sendero, ni el espejo, ni la imagen de ella misma reflejada en el espejo; pero no podía evitar la memoria de esa imagen: La del resentimiento, la del dolor, la de la soledad, la del desamor, la del miedo, la del menosprecio.

Había ciertas cosas indecibles e impensable… Pero ella sabía donde había empezado todo esto. Empezó esa tarde, hacía treinta y tres años... La niña estaba tendida, llorando frente al lago el dolor del maltrato de los otros. Esa tarde, la niña decidió borrar, para siempre, la letra del alfabeto. Esa letra. Ésa. La letra necesaria para nombrar al otro si está presente. La letra imprescindible para hablarle a los demás, al dirigirles la palabra. Sin manera de nombrarlos dejarían de ser deseados... y entonces no había motivo para sentirlos necesarios.... se sentiría, por fin, libre…

EPILOGO:
Escribiendo sin "U" puedo hablar hasta el cansancio de mí,
de lo mío, del yo, de lo que tengo,
de lo que me pertenece... Hasta puedo escribir de él, de ellos y de los otros.

Pero sin "U" no puedo hablar de ustedes,
del tú, de lo vuestro.
No puedo hablar de lo suyo, de lo tuyo, ni siquiera de lo nuestro.

Así me pasa.... A veces pierdo la "U"....
y dejo de poder hablarte, pensarte, amarte, decirte.
Sin "U", yo me quedo pero tú desapareces...
Y sin poder nombrarte,
¿cómo podría disfrutarte?.

Como en el cuento... si tú no existes, me condeno a ver lo peor de mí misma


reflejándose eternamente, en el mismo
mismísimo estúpido espejo.

COMPARTIR EL ESPEJO - BESOS EN EL ESPEJO

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"¿Quién no es juguete del deseo de los otros?
Y, sobre todo, ¿quién no goza siéndolo?"
Ana Clavel


COMPARTIR EL ESPEJO

Muebles que empiezan a reconocer el lugar... y el lugar a ellos; la casa respira más gente y el aire desprende más calidez. Se acerca el mes de junio y queda atrás un calendario de transformaciones, estoicas insistencias y trémulos intentos. Hoy... el movimiento inquieto de la acomodación y la readaptación. Mañana... la esperanza.

Es difícil hablar de compartir espejos y sobre todo, una cama. Hay muchas cosas que se quedarían sin decir si cuento lo que tengo ganas de expresar porque ni un millón de palabras podrían demostrar lo que hoy siente mi pecho en sus paredes interiores, lo que percibe mi mente calma como un remanso, o mis pies cansados de caminar pero con cicatrices de experiencia y durezas de tesón... Es difícil hablar de la felicidad porque muchas veces hasta uno mismo duda de si es esto o si falta para que se le acerque.

Así que simplemente voy a hablar de soledades compartidas, de fe y de lucha. De compañía única e irremplazable, y de mucho AMOR. De adicciones de mimos, de miradas encontradas con más frecuencia y de AMOR, mucho AMOR...

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BESOS EN EL ESPEJO

Una excelente narración de las circunstancias y sentimientos del primer beso.

Durante meses imaginé cómo sería. Lucía, mi mejor amiga y la más informada en cuestiones de amor, nos decía: “Es como apoyar los labios en una babosa. Se siente húmedo y blandito”. “¿Qué tendrá eso de lindo?”, pensaba yo. “Al principio no te acostumbrás ni practicando con el espejo, pero después termina gustándote”, decía Lucía.

Yo observaba a los chicos que se besaban en la plaza. Me interesaba más la expresión de las chicas, porque creía que los varones eran diferentes. Tal vez a ellos sí les agradaba pegar sus labios en una babosa.

El asunto me inquietaba demasiado, y las explicaciones de Lucía me resultaban confusas y algo asquerosas. De todos modos, los besos estaban absolutamente prohibidos por orden de papá.

De puro zonza le conté a mamá que Argenis se me había declarado. “¡Qué bueno!”, exclamó abrazándome; sabía cuánto me gustaba ese rubioo petiso y tímido. Me gustaba mucho, muchísimo. Y sólo a mí; las demás chicas del grado se peleaban por Lucas, un morocho alto y flaco.

Argenis era tan inteligente como testarudo. Cuando en una prueba no le salía un ejercicio se desesperaba: la cara se le hinchaba de furia, hasta que, desconsolado, estallaba en un llanto mudo sobre el pupitre. En esos momentos me daba cuenta de cuánto me gustaba. Deseaba correr a su lado, abrazarlo y susurrarle al oído “Tranquilizáte, hacélo despacio y te va a salir”, como me decían en casa cuando luchaba con la tarea. Pero era imposible con toda la clase mirando. Y además, en las pruebas no podíamos levantarnos ni hablar con los compañeros.

Pero Argenis siempre parecía mirar a otras compañeras. Hasta que en séptimo grado, finalmente, se fijó en mí. No sé por qué, tal vez porque ya no era una nena. Me sentía diferente; mi cuerpo cambiaba más rápido que mi cabeza. Seguía jugando a las muñecas, pero también pasaba largos ratos frente al espejo, observando mis pechos, como si no fueran propios. Me fascinaban, y a la vez me perturbaban. Sobre todo, me avergonzaba la mirada de los chicos. Me acostumbré a llevar las manos metidas en los bolsillos del delantal, estirando la tela para separarla de mi cuerpo y parecer más chata. Lo peor de todo eran las clases de Educación Física, porque debíamos quitarnos el guardapolvo. Por suerte, no era la única mutante. Y aunque había que soportar las cargadas de los varones también me agradaba dejar de ser una nena.

Lo cierto es que en décimo grado, Argenis y yo nos hicimos muy amigos. Ambos cantábamos en el coro de la escuela, que se reunía por la tarde. A la salida recorríamos juntos un par de cuadras, hasta que los caminos nos separaban. Enseguida advertí que Argenis no era igual a los demás varones. Podíamos conversar de música, de experimentos, de historias de terror, y hasta nos prestamos algunos libros de cuentos.

Un día, la profe del coro me eligió junto con otras chicas para cantar como solistas en el acto de fin de año. Me sentí feliz y orgullosa de que Argenis presenciara ese momento. A la clase siguiente vino a escucharnos la vicedirectora, una mujer obesa que usaba peluca y decía ser cantante lírica. Nos hizo pasar al piano de a una. Finalmente, nos dejó afuera a mí y a otra compañera: “la voz suena para adentro “, determinó. Yo no comprendí su comentario y pensé en abandonar el coro.

Un par de semanas después, nos llevaron a conocer el Teatro Colón, y presenciamos el ensayo de una ópera. Nos ubicamos en los palcos laterales, en unos sillones forrados en terciopelo bordó. Yo estaba fascinada, observaba el escenario e imaginaba la emoción que causaría cantar frente a un teatro tan inmenso y hermoso. Entonces Argenis se acercó y me susurró al oído: “No le hagas caso a la gorda. A mí me gustaría escucharte cantar”.

Y un buen día, se me declaró. Yo creí que jamás lo haría, pero ocurrió: “¿Querés ser mi novia?”, me preguntó justo antes de que sonara el timbre del último recreo. A mí me gustaba tanto que hasta le habría prometido casarme con él. Sin embargo, traté de disimular la emoción que me apretaba el estómago, y sólo contesté: “Sí”. Pero el sonido del timbre tapó mi respuesta. Argenis me miró sin animarse a preguntar nuevamente. Me acerqué y tomé su mano. “Bueno, entonces somos novios”, dijo, y los dos sonreímos.

Apenas llegué a casa, se lo conté a mamá. Ella me abrazó emocionada y se puso a recordar sus primeros noviecitos. Yo la interrumpí y le hice prometer que no se lo contaría a papá, ni a Marcelo, uno de mis hermanos mayores.

Pero esa misma noche, durante la cena, papá dijo muy serio: “Mamita, en esta casa no quiero problemas”. Como puse cara de no saber por qué lo decía, aclaró: “Nada de novios”. No me molestaron tanto las palabras de papá como la traición de mamá. Clavé mis ojos en los suyos con tal furia que temí lastimarla. Ella me guiñó un ojo, haciéndose la tonta. “Querido, no seas anticuado, tiene quince años. Novios… novios eran los de antes, cuando una se comprometía. Ahora los chicos son amigos, noviecitos”. Pero papá sentenció: “A el liceo se va a estudiar. Nada de novios ni de noviecitos”.

Desde ese momento no mencioné más el tema. Ni siquiera escribía en mi diario íntimo por temor a que mi otro hermano Wilfredo lo leyera. Cuando necesitaba escribir lo hacía en un papel que después rompía y arrojaba al inodoro. Las cañerías sabían todo sobre mi amor secreto: Que era Argenis y no Lucía quien me había regalado la muñequita que, sentada en una hamaca, colgaba sobre mi cama; que era Argenis el que me acompañaba hasta la esquina de casa cuando mi hermano se quedaba en el liceo hasta la tarde; que era Argenis el que convenció a la maestra para sentarse a mi lado. Que mis fines de semana se hacían eternos. Pero en casa ni una palabra; seguía siendo una buena chica.

“¿Me das un beso?”, me preguntó una mañana de invierno. “¿Acá?”, fue lo primero que se me ocurrió decir. “No, en el liceo no”. “No sé”, contesté.

Pasé varias tardes encerrada en el baño practicando. Pegaba la cara al espejo y refregaba la lengua sobre mi propia imagen hasta dejar el vidrio pegajoso.

Aún no me decidía cuando Lucía anunció que festejaría sus quince años con un asalto. Los chicos traerían bebidas y las chicas, comida. Íbamos a bailar con las luces apagadas, o lo más tenue que nos permitieran los adultos de la casa, que siempre andaban espiando.

Entonces Argenis puso fecha a su pedido: la fiesta de Lucía. Quería que esa noche nos besáramos por primera vez. Al principio, lo dijo tímidamente; luego, me lo recordaba cada vez que me veía, dando besos en el aire. Yo me sonrojaba y miraba para otro lado.

“Necesito algo nuevo para el cumple de Lucía”, le pedí a mamá. Fuimos a un negocio para adolescentes, aunque yo apenas tenía quince. Después de probarme y descartar una pila de ropa, encontré una pollera color lila que me enamoró. Mamá eligió una camisa blanca. ¡Quedaban perfectas! “Es un poco transparente”, opinó mamá, y le pidió a la vendedora un corpiño. “¡Mamá!”, exclamé ruborizada. “Bueno, ya es hora. Te vas a sentir más cómoda”. Y ahí estaba yo: en un negocio para adolescentes con una minifalda lila, una camisa transparente y un corpiño que no sabía cómo usar. “¿Te ayudo querida?”, preguntó la vendedora metiendo su cabeza a través de la cortina cuando aún estaba desnuda. Me sentí una idiota, pero valió la pena. Después de todo, como decía mamá, estábamos entre mujeres.

Llegó el día, un viernes frío de mayo. Luego de almorzar intenté sin éxito dormir la siesta. Sobre mi cabeza, la muñequita se balanceaba suavemente en su hamaca. “Que sí, que no”, pensaba mientras la miraba.

A las ocho en punto toqué el timbre de Lucía. Ella se veía hermosa y parecía más grande, con los aritos colgantes que le habían regalado sus papás. Me tomó de la mano y me llevó al comedor. La música sonaba fuerte y todos hablaban gritando. Bailé varios temas con mis amigas. Argenis me miraba pero no me invitaba a bailar. Hasta que los varones se apoderaron del equipo de música y pusieron canciones lentas. Varias parejitas poblaron la pista; sus cuerpos se balanceaban a los costados, torpemente.

Entonces, Argenis aprovechó el momento de intimidad, me tomó de la mano y me llevó al cuarto de Lucía. Nos escondimos entre las puertas abiertas del armario. El dormitorio estaba a oscuras, la música y las voces que llegaban desde el comedor parecían lejanas.

Estábamos uno frente al otro. El espejo del interior del armario reflejaba la imagen de Argenis de espaldas. Era bastante más alto que yo: mi cabeza apenas alcanzaba sus hombros. Yo en puntas de pie, él apoyó suavemente sus manos en mi espalda, acercó sus labios a los míos y los besó. Fue apenas un instante. Sus labios duros y cálidos no parecían babosas. Separó su cara sin dejar de abrazarme y me miró. Ambos sonreímos. “Otro”, susurró rompiendo el silencio.

El tiempo parecía detenido, la fiesta ausente, trasladada a otra parte. El cuarto de Lucía, donde tantas veces habíamos jugado, me resultaba extraño. Las muñecas que habían protagonizado historias de amor imaginarias se convertían ahora en testigos de mi propio juego.

“Otro”, suplicó Argenis como si pidiera el último caramelo. “¿Otro más?”, exclamé yo, que no sabía cuántos besos eran un beso. No pude resistir. Nuestros labios se aproximaron como si fueran labios sin dueño, solo labios.

De repente, la puerta del cuarto se abrió bruscamente y una voz familiar separó nuestros cuerpos. “¿Donde estás?”, gritó mi hermano.

Sin pensarlo, empujé a Argenis escondiéndolo en el armario, y salí a su encuentro.

“¿Qué hacés acá, nena?”, preguntó mientras encendía la luz. “Buscaba mi chaqueta”, contesté. “¡Esta fiesta es un plomo! Por fin me vienen a buscar”. “Bueno”, dijo él, “Apuráte que papá espera en doble fila”.

Me puse la chaqueta, apagué la luz y salí del cuarto en silencio, como si allí no hubiera nadie. En el pasillo miré el reflejo de mi rostro en el espejo. Seguramente ellos no se darían cuenta.

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