
DE PRINCIPES y…..
“Lo que pasa es que tú sigues buscando el príncipe azul“… me dijiste, como una razón irrefutable, como la excusa perfecta para la soltería, después de un divorcio.
Yo no busco un príncipe azul... Esos se quedaron en los cuentos, con las princesas, las calabazas, y los unicornios blancos.
Lo que yo busco es, simplemente: Un hombre, de carne y huesos, como tú; que tenga defectos y virtudes, como yo. Alguien con quien compartir mis cosas buenas y mis cosas malas, porque la vida me enseñó que compartiendo el dolor duele menos, y las alegrías son más grandes.
Si, ya lo sé: tú piensas (como otros) que esto es cursi, que creer en el amor, hoy en día, está pasado de moda. Pero eso a mí no me cambia nada, ni lo que pienso ni lo que siento. Ya me he confesado como una típica Cenicienta, aunque con los pies más en la tierra y sueños un poco más tangibles: Un amor... una familia... Sin la fantasía del caballo blanco, pero sintiéndome halagada si me abren la puerta del auto. Sin dragones ni brujas, pero sintiéndome cuidada al afrontar los problemas de a dos.
No me importa el tilde ni de naif, ni de cursi, prefiero definirme como sensible. Prefiero, en el último de los casos, llorar la pérdida de un amor, que descubrir que nunca tuve un verdadero amor. Prefiero guardar recuerdos atados a una canción, a no recodar que llevaba puesto en la primera cita. Prefiero estremecerme al sentir un perfume, a no saber cómo le gusta el café. Prefiero escribir un poema de amor, a no saber quien me manda ese mensaje (sms).
Si lo pienso un minuto, tal vez después de todo tengas razón, y aunque yo no sea una princesa, “lo que pasa es que yo sigo buscando mi príncipe azul“.

Era 17 de Julio, de este año, eran las 3 a.m. me despertó el sonido que producía la lluvia al caer sobre la casilla de metal que cubre el aire acondicionado; esa mañana salí a eso de las 5:30 a.m. para Coro, Estado Falcón, donde residen la mayoría de mis hermanos y gran parte de la familia por parte de mamá y papá, llovió casi todo el viaje, mi destino fue pasar las vacaciones y compartir con los seres que amo, este objetivo fue cumplido al máximo. Al siguiente día de mi llegada, nuevamente amanece lloviendo y así transcurre todo el día hasta caer la tarde, era un día caluroso a pesar de la lluvia, monótono y un ambiente pesado u triste. Caída la noche, llega una lamentable noticia Doña: Vida Alina Marcano Noriega, había fallecido en horas de la madrugada, a sus 86 años de edad. A esta viejecita tuve la suerte de conocerla y de conversar mucho con ella, tenía una particularidad muy peculiar, solía dormir mucho para soñar y vivir su vida feliz a través de sus sueños. Era de un pueblito llamado San Vicente, del Estado Falcón, pero llegó a la ciudad de Santa Ana de Coro, siendo aún niña, era una mujer muy poco agraciada, solterona y sin ningún pretendiente, se ganaba la vida fregando suelos, no tenía familiares cercanos ni amigos, su casa era una habitación sin ventanas y, en resumen, su existencia se limitaba a trabajar y a dormir, pero todos la envidiaban, porque siempre se le veía feliz.
Algunos de los que rozaron por instantes la vida de Vida Alina no perdieron la oportunidad de preguntarle -con más indiscreción que sutileza- cuál era la razón de su desconcertante estado anímico; incluyéndome hace un par de años, yo le realice la misma pregunta. A lo cual, en aquella ocasión ella me respondió: Estas fueron sus palabras textuales: “La gente siempre me tomaba por una jovencita loca, por una loca clínica, mas no desgraciada. No lo decían, pero sus miradas bastaban. Además, se despedían de inmediato y no volvían a tocar el tema. Explicarles que mi alegría se debía a la ilusión de llegar a casa para dormir cuanto antes y así soñar el mayor tiempo posible les parecía demencial”.
Ella no recordaba desde cuando empezó a vivir en sus sueños. También aseguraba no conservar imágenes de sus primeros años en casa de sus padres. Le gustaba creer que llegó a ese mundo perfecto por casualidad, gracias a su curiosidad infantil. Sin embargo, Andrés Blanco, ex empleado del clausurado hospital Santa Ana, de Coro, planteaba que fue el dolor profundo y constante lo que la llevó a refugiarse en la fantasía. En todo caso, más allá del origen, lo relevante en su juventud era su presente. Y el presente no es algo que se ve o se toca o que está en el entorno, sino aquello que se siente y se percibe. Por eso mismo su felicidad era tan real.
En los años 50, al salir del trabajo, Vida Alina evitaba cualquier tipo de contratiempo para llegar a su casa. Una vez ahí, se quitaba los zapatos en la entrada, abría el baúl que contenía las conservas, sacaba una, cogía la barra de pan, cortaba un trozo, ponía una fruta junto a su plato y comía lo necesario. Tras terminar, colocaba los utensilios sucios en un pipote que poseía una tapa hermética para contener los olores. Después, salía al pasillo y entraba al baño comunitario. Ya bañada y en pijama, se iba directa a la cama. Esa rutina la seguía de lunes a viernes. El sábado, se despertaba a las 10 de la mañana, tomaba desayuno, realizaba las compras de la semana, lavaba todos los utensilios y la ropa, limpiaba su casa, comía algo más contundente que los otros días, salía al pasillo, entraba al baño y, finalmente, se iba a dormir, hasta el lunes, día en que se levantaba un poco antes de lo habitual para recoger la ropa del tendedero.
Su casa era una habitación de 12 metros cuadrados, donde al apagar la luz era imposible distinguir si era de día o de noche. Tenía un colchón muy cómodo -colocado directamente sobre el suelo-, un armario salido, el baúl de las conservas, una caja con los utensilios, el pipote y una pequeña mesa personal de 20 centímetros de altura, sobre la que estaba el frutero y la panera. Nada más, ni siquiera polvo.
Apenas se acostaba entre las delicadas sábanas, comenzaban sus sueños y Vida Alina despertaba junto a su marido y hacía el amor, sintiendo las caricias de los primeros rayos del sol. Después alistaba a sus dos hijos para ir al colegio mientras él les preparaba la merienda. El resto del día lo iba construyendo a su antojo. Pero no siempre fue de ese modo. Al comienzo dedicaba mucho tiempo a concentrarse en algo específico para soñar con ello, y a menudo no resultaba. Cuando eso le fue fácil, empezó a manipularlos desde dentro, en sus duermevelas, cosa que le cansaba muchísimo. Con los años, aprendió a vivir dormida. Aquel proceso fue de la mano del tipo de sueños que creaba, pasando de princesas y hadas a una vida real perfecta.
El lunes 9 de marzo de 1959, dentro de su rutina de sueños, Vida Alina conoció a un italiano que la comenzó a querer, aunque para ella sólo era un contratiempo. Él no desistió, cada día se enamoraba más de la felicidad que transmitía y se lo hizo saber con cientos de detalles y algunas palabras. “Sólo por escucharlo, llegué hasta sentirme infiel con el hombre que me había dado dos hijos en mis sueños. Sé que puede parecer ridículo… ¡teníamos una relación de casi 7 años! Una relación preciosa, ideal”.
Un día, de repente, Vida Alina aceptó salir con el pretendiente. También aceptó casarse con él y emprendieron una nueva vida en Venecia. “Qué se va a hacer, me enamoré. Yo quería al padre de mis hijos, lo quería mucho, pero no era la clase de amor por la que eres capaz de dejarlo todo, tu armonía, incluso tu felicidad”.
Actualmente, yo creo que Doña: Vida Alina Marcano Noriega sigue casada en Venecia y tiene tres hijos (del italiano) y cinco nietos inscritos en el registro civil de Italia; y puedo asegurarles que donde quiera que se encuentre, todas las noches continúa viendo a sus otros dos descendientes, que quizás aún no le han dado nietos. Paz a sus restos, a esa solitaria mujer, que supo vivir en un mundo de fantasía que siempre la hizo feliz.

¿Qué lleva a una persona a “involucrarse” con otra, “sin compromisos”?
¿Qué quiere decir exactamente “sin compromisos”?... Hoy estamos bien... ¿y mañana si te he visto no me acuerdo?
¿Es posible vincularse con alguien, sin comprometer los sentimientos?
¿Cuál es el límite entre la libertad y el compromiso?
¿Puedo relacionarme con alguien solo en el plano físico, sin exponer por ello, mis sentimientos?
¿Cuál es el real objetivo de una relación “sin compromisos”?
¿Es una nueva forma de interacción social o se trata de una moda colectiva?
¿Cuáles son las ventajas de este tipo de relación?
¿Si no me atrevo a vincularme profundamente con alguien, es posible alcanzar la felicidad?
¿Las malas experiencias anteriores, son reales motivos o simples excusas para la falta de compromiso?
¿Es solo una cuestión del género masculino?
Noooo… No es el prólogo de un libro de auto-ayuda. Simplemente son algunas de las preguntas que llevo talladas en el alma.
¿Alguien sabe alguna de las posibles respuestas....?
PD: La próxima vez que escuche “no quiero compromisos”, en la voz de un hombre... Me hago monja de clausura....
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