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jueves, 14 de marzo de 2013

MURIO... y ME DUELE SU AUSENCIA

Hoy he compartido unos de esos momentos en nuestra vida, que se pueden contar como verdaderos, de esos momentos que no solo nos deja aprendizajes sino también intercambio de sentimientos y de vivencias.
Por primera vez, desde hace 3 meses y 13 días, que falleció mi gran amigo Rafael. Lo recuerdan en uno de mis blogs anteriores, les comentaba “Lo Que Aprendí De Un Amigo Que Sabe Que Va A Morir”; basado en lo que conversamos: En lo que sintió cuando supo que tenía 3 tumores cancerígenos mortales alojados y creciendo en su cabeza, y que sólo le quedaban 3 meses de vida, y todo el proceso que se vive al saber una noticia como esa. Lo cierto es, que su partida no ocurrió en ese lapso como dijeron los médicos, Rafael estuvo con nosotros hasta la mañana del 1 de diciembre del 2012, siete meses más de los tres pronosticados, es decir, vivió 10 meses de lo que se le predijo. Desde su muerte, había conversado poco con su esposa Xiomara, nunca tenía tiempo, siempre estaba ocupada; pero hoy fue diferente… fue como un desahogo, hablo mucho, saco a flote muchos sentimientos guardados “No en vano dicen que en esta vida todo tiene solución menos la muerte”.
Y es que… cuando muere un ser que amamos profundamente sentimos un dolor que nos traspasa el alma y nuestro corazón se rompe en incontables pedacitos de frustración al perder para siempre a aquella persona tan especial que acariciaba nuestro ser con cada mirada.
¿Qué puede doler más? ¿Saber que jamás podremos volver a verle? ¿Ese montón de palabras que siempre quisimos decir y no pudimos? ¿El hecho de que nosotras estemos aquí y ellos no? ¿Cómo pedirle al alma que no llore por tantas ausencias?
Quisiéramos estar en paz, sabiendo que quien murió se marchó a un lugar mejor, en donde se encuentra la paz y la armonía que todos buscamos… Pero en lugar de pensar así, estamos aquí sufriendo, pensando en el dolor que sentimos y derramando las lágrimas más amargas que nunca pensamos derramar.
¡Cómo  nos gustaría devolver el tiempo y hacer tantas cosas que podrían amilanar la tristeza y pesadez que hay en nuestro corazón!.
Sabemos que algún día la muerte llegará,  sea por el inefable paso de los años o por los desventurados accidentes y enfermedades que acontecen. Pero nunca estamos preparadas para vivir sin aquella persona dueña de nuestra alma, ello es como si te pidieran que empezaras a morir en vida, que visualizaras lo que desearías que nunca pasara. ¿Cómo frenar aquel oscuro vacío en el que caes cuando ves el lúgubre féretro? ¿Cómo calmar al espíritu cuando tras ese frio vidrio ves a la persona que tantas veces viste sonreír? ¿Cómo borrar las esperanzas de creer que fue una equivocación cuando ves a tu familia llorando sobre ese inerte ataúd? ¿Cómo no derrumbarse al tener que aceptar lo que tantas veces quisimos esquivar?.
No hay palabras ni consuelos que alcancen a darle luz a las oscuridades que te envuelven. ¿Por qué pensar qué todo va a pasar? ¿Qué la política de esta vida es dejar atrás incluso a quienes amamos y nos amaron tanto? Los comentarios de quienes escuchas se vuelven tan superfluos, tan monótonos y faltos de sentido: ¿qué no entienden que el dolor de la muerte de un ser querido no es un hecho fácil de asimilar?
Y llega aquella palabra que quisieras que no existiera: La Resignación. Pero ¿qué es la resignación? ¿Recordar que hay cosas que no tenemos en nuestras manos y que simplemente debemos vivir? ¿Acaso la resignación borra la tristeza? Hay tantos sentimientos encontrados, no nos imaginamos seguir respirando sin la presencia de la otra persona…  Pero, aunque no queramos, debemos empezar a resignarnos y a cargar con las responsabilidades de lo que hicimos o dejamos de hacer.
¿Pero saben una cosa? Hay algo que es verdad entre tantas palabras que escuchas: La persona que murió no quisiera que sufriéramos a causa de su partida. Ése ser nos amaba y el amor no es sufrimiento, ¿acaso existe alguien que quiera ver sufrir a las personas que ama?
Pero somos personas que no pueden evitar ese remolino de tristezas y llanto.
Duele, pero no queda más remedio que decir adiós.
Unas veces nos despedimos de un amor, otras de un familiar o una amistad especial…
Decir adiós no es sencillo, y es especialmente difícil cuando la persona que se ha marchado de nuestro lado era un ser querido.
Pero debemos saber decir adiós, aceptar el final, y saber continuar pese al dolor de nuestro corazón. Los temas de adiós y despedidas son muy difíciles tanto escribir como leer, porque un adiós significa que un vacío ha quedado en tu corazón.
Por cada adiós hay un vacío, no es fácil cerrar los ojos y hacer de cuentas como que no está pasando nada en nuestras vidas, al contrario, de alguna manera son sueños que se nos han ido rompiendo. Las tristezas del adiós pinchan como una aguja en el corazón.
¿Quién se va, quien se queda? Una buena pregunta que nos hacemos. Quizás somos nosotras las que nos vamos y los otros se quedan sufriendo… (Para pensar).
Duele mucho decir adiós cuando nos aman y amamos. Por eso nos duele tanto esa palabra, “adiós”. -Porque parece eterno-
Pero aun sabiendo el dolor que pasas, recuerda que el tiempo lo cura todo, aunque en ocasiones el proceso parezca interminable.
- No pienses que tu vida acaba con el adiós –
Recordemos con amor todo aquello que hemos vivido con ese ser querido, pero sin olvidar que "todos los días supone un constante recomenzar en nuestra vida, nada parece eterno, nada parece para siempre.
La muerte no es algo que se supere, es algo que se acepta. Quizá no encontremos la salida en mucho tiempo, quizá no superemos las ausencias en muchos meses… Pero hay algo que ni siquiera la muerte rompe: el AMOR, y aunque ya no podamos ver a la otra persona, ni sentir su aroma, ni escuchar su voz, ni mirarle a los ojos, ni abrazarle físicamente, siempre podremos cerrar nuestros ojos para recordarle, para decirle desde nuestro corazón que le echamos de menos, que le amamos, que nos perdone, que nos abrace.
Y desde ahí, es donde nacen los verdaderos consuelos: Desde la eternidad de un sentimiento y no desde lo efímero de una vida mortal. Abraza tu dolor, seguramente el tiempo, como gran maestro, te mostrará el camino a la sanación de tu alma, porque tú no eres un ser de años, eres un ser de eternidades.


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